26.11.05

¡Es Posible!

Extractos de “Santificación del Día del Trabajo”, M. Anette Nailis

¡Es posible! ¿Qué es posible? El hacerse santo. Siempre fue posible: también hoy lo será.
¿Es acaso cosa de nuestros tiempos el ser santo? Los santos como los suelen pintar los libros antiguos, con el rostro severo, el aspecto descolorido, los ojos hundidos, con un látigo formidable en la mano huesuda y en otra la calavera, nada dicen a los hombres modernos. Pero los santos no fueron como los describen esos libros. Cierto es que practicaron austera penitencia y mortificación, que a veces las extremaron mucho, lo cual era propio de su tiempo; pero en todos los siglos lo esencial en todos lo santos fue el amor. El desprecio del mundo, las vigilias y flagelaciones, no fueron más que medios de aumentar el amor. En nuestros días las biografías destacan e iluminan otros rasgos muy diferentes. El tiempo actual tiene el ideal del santo alegre, abierto a Dios y a la vez a los hombres, perfecto en su vida natural y sobrenatural.

Pero uno se podría preguntar si los santos lo fueron desde la cuna, si las maravillas y los éxtasis en su vida no fueron cosas diarias. No fue así, los santos fueron hombres que estuvieron sujetos a las consecuencias del pecado original. En lo esencial tuvieron que vencer las mismas dificultades que nosotros, y dispusieron de los mismos medios que tenemos nosotros.
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Para ser santo, no tienes por qué abandonar a tu familia y todo lo tuyo, a no ser que Dios te llame expresamente; puedes mantener tus relaciones, quedarte en tu condición de padre, madre, estudiante, obrero, artesano, jornalero, o de empleado o de lo que seas; no debes hacer nada nuevo, nada extraordinario. Sólo lo ordinario, lo que cada día te ocupa, a lo que estás obligado por tu profesión; pero esto lo debes hacer extraordinariamente bien, con gran amor y en estrecha unión con Dios. Así ciertamente te harás un santo. Es esta santidad la que se llama Santidad de Todos los días. Un Santo de Todos los días da forma santa al día de trabajo, vive como un santo durante la semana y a todos sus quehaceres los marca con el sello de la santidad. Sus alegrías y sus penas, su trabajo y su descanso, su orar, hablar y andar: todo lo hace por amor, extraordinariamente bien, es decir, como lo hace un santo.
¿No será esto posible?
Sí, ¡es posible!
Tiene que ser posible… también para ti y para mí.
Pero ¿quieres saber cómo alcanzar fácil y rápidamente esta meta? Te contesto: Vive según el lema:
¡Hoy mismo quiero ser heroico!
¡no mañana quiero ser santo, sino hoy mismo! ¡En el día de hoy quiero ser heroico!
Vivamos solamente para 24 horas. ¡De misa en misa! ¡De sacrificio en sacrificio! Sólo hoy tiene que ser posible; sólo para el día de hoy deben alcanzar las fuerzas, la paciencia y el amor. Lo que acontecerá mañana, no lo sé aún. Todo lo que necesito para mañana, me lo ganaré en la Santa Misa. Por un solo día esto será aún posible.
¿Y cómo ser heroico en el día de trabajo? Veremos algunas formas

Consagración de la Mañana
El hacerse santo no depende tanto del hablar y saber, sino del practicar la vida heroica en el día presente; pero cada día empieza por la mañana al despertarse. El arte del Santo de Todos los Días es pasar esos primeros momentos del día extraordinariamente bien, como los pasa un santo. Este no busca ocasiones especiales sino aprovecha las pequeñísimas funciones del día de trabajo para manifestar su seria aspiración, cuya alma es el amor de Dios.
Si ha de ser consagrado todo el día, tiene que empezar por la consagración de la mañana, que se inicia al despertarse: Es importante que determines la noche anterior la hora de levantarte. Esto pone orden en tu horario, y facilita a muchas personas que suelen pegarse a las sábanas el levantarse puntualmente.
Al despertarse el Santo de Todos los Días, hace la señal de la santa cruz. Agrega una corta fórmula de recta intención. No es necesario que sea siempre una oración larga, basta una jaculatoria como: “Todo por la mayor gloria de Dios”. “¡Salvador mío! Hoy quiero hacerlo todo por Ti”. Muchos devotos de la Madre Tres Veces Admirable de Schoenstatt repiten la oración de Ofrecimiento “Cuanto llevo conmigo…” Para que no falte junto al saludo de la mañana, de la señal de la santa cruz y de la recta intención, lo tercero: el pensamiento del fin de tu vida. No hablo ahora del fin propio de todo cristiano, sino de la misión especial que recibiste tú mismo; ésta la recibiste tú solo, ningún otro, Muchos hombres llaman a esta misión especial: El ideal personal. Esa imagen que tuvo Dios en su mente al al crearte: te vio tal como quisiera que fueras. Al despertar di sencillamente a tu Dios o, si te sientes impulsado, a la amada Madre de Dios, lo que quisieras llegar a ser. Cuanto más infantil sea la fórmula, tanto mejor; porque la conversación es sólo entre tú y El. Un deseo permanente y profundo por un ideal nos acerca poco a poco a él. Esto lo prueba la experiencia. Aún no está terminada la consagración de la mañana. Falta algo de mucha importancia: la consagración a María, nuestra Madre celestial, rezando con todo el corazón la Pequeña Consagración.
Ha terminado la consagración de la mañana. Los primeros minutos del día están sumergidos en Dios, están consagrados y a la vez santificados todo el día, siendo agradable a Dios.

Audiencia Particular

Para el Santo de Todos los Días la meditación es estar solo con Dios; tener audiencia particular o expansión con Dios. Primeramente mira a Dios y se deja mirar por El; pero para él este Dios no es un Dios alejado de él, sino un ser afectuoso que se encuentra muy próximo a él. El no habla a un espacio vacío, habla como un niño con su padre bondadoso, como un caballero a su gran rey, como una esposa a su amado clavado en la cruz u oculto en el altar. Habla como amigo al amigo, como yo personal al gran Tú divino. Cuanto más sencilla sea esta conversación, tanto mejor. El objeto de la conversación no necesariamente es un tema profundo sacado de un libro de meditación. Puede ser todo lo que le trajo el día pasado con su trabajo y pena, sorpresas y acontecimientos, todo esto lo repasa a la luz de Dios, es un repaso amoroso de lo pasado. También se puede anticipar con el corazón el día que ha de venir. Lo difícil puede ser anticipado en Dios y aceptado de antemano. Este cuarto o media hora de meditación por la mañana es muy valiosa para el cuerpo, pero sobretodo para el alma que busca a Dios. Muchos hombres trabajan sin darse descanso ni tregua; pero se engañan a sí mismos y quieren engañar a Dios. No fue creada nuestra alma para trabajar sino para amar. Todo trabajo, incluso el apostólico, es infecundo, a la larga, sino se efectúa en unión de amor con Dios.

En las gradas del altar

El Santo de Todos los Días sabe que no puede mantenerse firme por su propia virtud. Por eso su vida y su amor giran siempre alrededor del altar. Para él la Santa Misa es el centro, el punto de salida y concentración de toda la tarea diaria. Es una persona sencilla y sin embargo aspira a lo más profundo. Por eso oye y vive la Santa Misa de una manera sencilla. ¿Y cómo se puede interpretar lo más profundo de la Santa Misa? Recordemos que la Santa Misa es la renovación incruenta del sacrificio de la cruz. El Salvador en ésta hace la ofrenda de sí mismo que gira alrededor del Padre y de su voluntad paternal, entregando su ternura y ofrenda filialmente perfectas. Por eso la Santa Misa es la culminación de todo lo obrado por Cristo en la tierra. Sabemos que el Hombre Dios durante los 33 años de su vida no conoció nada mayor que complacer al Padre. “¡Heme aquí que vengo para cumplir ¡Oh Dios! ¡tu voluntad!” Esta es la oración de la mañana de toda su vida, y la noche antes de su amarga pasión la termina con el testimonio: “Padre mío, yo te he glorificado en la tierra; tengo acabada la obra cuya ejecución me encomendaste” .
Cada mañana en la Santa Misa baja el Salvador de nuevo para alabar al Padre; para suplicarle y reparar nuestros pecados y para entregarnos al Padre. Tú celebrarás la Santa Misa de la mejor manera con el sacerdote si estás animado de los mismos sentimientos que el Salvador. Tienes que postrarte ante el gran Dios como el Salvador, y en El, como niño sin voluntad propia, y abandonarte sin reserva alguna a la voluntad del Creador omnipotente y del Padre amoroso. Aunque te pida lo más amado. El Padre es todo, el hijo es nada.
En el Ofertorio debemos ponernos en la patena ofreciéndonos al Padre Celestial en todo lo que somos y con cuanto tenemos, con nuestros mismos deseos, con nuestras debilidades y pecados que hemos ya confesado sinceramente en el momento del Perdón. En la Santa Consagración llega el primogénito Hijo de Dios y se pone a sí mismo en nuestro lugar sobre el altar del sacrificio. El Padre no puede menos que mirarle con complacencia infinita. El suple lo que falta en fuerza y en ternura a nuestra disposición al sacrificio y a nuestro espíritu de entrega. Débiles como somos, volvemos a quebrantar todos los buenos propósitos y resoluciones, si no nos fortalecen las virtudes divinas. Esto lo sabe el Padre del Cielo; por eso nos da en la tercera parte principal de la Santa Misa, en la Sagrada Comunión la unión sacramental con el Hijo. Para el Santo de todos los días esto es natural ¡Ninguna Santa Misa sin Sagrada Comunión! Luego de la bendición del sacerdote, el Santo de la Vida Diaria, vuelve de nuevo a la arena de la vida diaria. ¿Qué puede inquietarle? El Cardenal Faulhaber observaba: “Los primeros apóstoles salieron del Cenáculo, los modernos salen del comulgatorio…”

Trabajo Santificado

¿Qué piensa del trabajo el Santo de la Vida Diaria? Para hacerte santo no necesitas dejar tu trabajo ni el mundo, a menos que Dios te Llame, e incluso los llamados a la vida religiosa no se despiden del trabajo. En los conventos se trabaja mucho y bien.
Tú puedes decir que si se trata de trabajo estás en buenas condiciones porque estás en actividad todo el día e incluso a veces estás sobrecargado de trabajo. Pero sólo con eso no estás en el camino de la Santidad de Todos los días, si no entiendes el arte de hacer del trabajo oración. Esto no quiere decir que estés siempre rezando. El Santo de todos los Días hace que el mismo trabajo se convierta en oración trabajando con Dios y para Dios. Puedes trabajar para Dios si rectificas tu intención regularmente, es decir, ofreces concientemente tu trabajo a Dios, por su gloria. De este modo, con la recta intención, todas tus acciones adquieren un valor meritorio. Se trata de trabajar con Dios, con la intención especial de hacerlo concientemente en su presencia, y de oír la voz de Dios en las cosas que nos rodean y contestar a esa voz con amor. La Santidad de Todos los Días es amor heroico practicado en los días de trabajo. Un Santo de Todos los Días es el que busca a Dios, lo halla y ama en todo, hasta en el trabajo. El trabajo es un manantial de felicidad. Lo es doble y triplemente si lo ejecutas con Dios y en Dios, en cuyo caso no será para ti, una actividad sin alma, ni aun cuando debas trabajar siempre en lo mismo; él es y será para ti trabajo sagrado; te hará tranquilo y resignado, no te hará perder el núcleo profundo de tu Yo y sobretodo seguirá guiándote hondamente al amor de Dios.

Dios en los hombres

Un arte que entiende muy bien el Santo de Todos los Días es convertir en oración su trato con los hombres, admirando en ellos las cualidades de Dios o rindiendo homenaje y adorando en el hombre en gracia al Dios Trino que mora en él. Debemos acostumbrar nuestra vista a ver más claramente los rastros de las cualidades divinas ocultas en el prójimo. A veces están escondidas debajo de muchas escorias y ripios, pero el Santo de Todos los Días hace como la abeja que sabe sacar lo mejor de todas las flores, aun de las más sencillas y más vistosas. Convierte en oración su trato con los hombres. Hablando con ellos, amándolos desinteresadamente, sirviéndolos, ve en los hombres al gran Dios que mora y reina en ellos. Esto da al Santo de Todos los Días un profundo respeto en el trato con los hombres. Algo de noble, delicado y sacerdotal se encuentra en todo su ser; aún teniendo que reprochar a alguno siempre mantiene su respeto y delicadeza. Así el Santo de Todos los Días es un apóstol sin saberlo. Pasa su vida tranquilo, con el corazón encendido y con las energías refrenadas y contenidas y su verdadero valor, generalmente sólo se llega a conocer después de su muerte.

Descansos creadores

Nuestro trabajo será fructífero sólo si se hace en Dios y por Dios. Tienes que hacer como un alpinista prudente. Anda un trecho, y luego descansa un ratito, pero no para perder tiempo, sino para poder caminar después con seguridad y energía. Así debemos hacer en el trabajo. Un descanso creador, por ejemplo, lo podrías practicar al oír el toque del Ángelus. No es necesario que descansen tus manos, lo importante es que descanse tu alma. Podrían ser también los ratitos entre el cambio de tus trabajos, o mientras regresas a casa. En esos momentos nuestra alma puede descansar en su nido. Si no lo hacemos así corremos el peligro de hacernos máquinas y esclavos del trabajo, y sobretodo, nuestro trabajo será más o menos infructuoso para el prójimo y para la eternidad. Esto incluso en los trabajos apostólicos. Según sea el trabajo profesional que practicas, podrías quitar talvez unos minutos a cada día para visitar a Jesús en el Tabernáculo o para practicar una corta lectura espiritual. Tal vez llegarás a rezar uno o más misterios del Santo Rosario, no es tiempo perdido.

Consagración de la noche

El Santo de Todos los días hace también la consagración de la noche, no te asustes si te cito algunos puntos que comprende su consagración de la noche, se llaman Examen de Conciencia y confesión espiritual, ejercicio de la buena muerte y saludo de la noche. Todo esto es más sencillo de lo que parece. La oración de la noche será el pedido infantil de protección durante la noche y el sencillo agradecimiento del hijo a su Padre del cielo que lo ha colmado de beneficios durante el día.
Cada noche el Santo de Todos los Días repasa todo el día notando lo que no hizo bien y lo que había de hacer mejor para ser enteramente agradable a Dios. Muchos tienen un horario, fijado por ellos mismos, examinan si lo han cumplido bien y talvez llevan nota por escrito. Entonces el Santo de Todos los Días empieza su confesión espiritual. Se transporta espiritual y conscientemente, como hijo cargado de culpas, a la presencia de su Padre grande y justo que está en el cielo, se postra a sus pies y se confiesa diciendo con humildad y arrepentimiento todas sus faltas, todos sus delitos grandes o pequeños, lo mismo que en el confesionario. Agrega a esta confesión un corto acto de arrepentimiento, por ejemplo:

Te amo, Señor, de todo corazón,
acepta mi sincera contrición
y mi pesar de haberte ofendido
yo que fui por tu sangre redimido

Como de mañana, el Santo de Todos los Días también de noche se consagra a la amada Madre de Dios rezando la pequeña oración de entrega: ¡Oh Señora mía…!
La noche, y sobretodo el acostarse, nos trae fácilmente el recuerdo de la muerte. Un día llegará, cuando decline nuestra vida en que se realice nuestro morir; entonces cerraremos los ojos para el descanso perpetuo, o personas buenas nos lo cerrarán suavemente. Creo que a veces al acostarte también tú piensas en la muerte. Ejercicio de buena muerte quiere decir solamente recordar conscientemente estos pensamientos, ejercitarse en morir, anticipar espiritualmente la muerte.

Otra vez, es posible

Hemos puesto un punto de mira muy alto, que nos señalaba claramente el camino a la Santidad de Todos los Días ¿No te pareció que la meta estaba demasiado elevada? No pensaste que te faltarían las fuerzas para alcanzarla. Al principio de esta lectura te dijiste alegre y lleno de esperanza ¡Sí, es posible! ¿Vuelves a decirlo otra vez? Todos conocemos la distancia entre querer y hacer, entre el ideal y la realidad. El día de hoy hacemos buenos propósitos y juramos casi nada en el mundo nos apartará de ellos, y mañana los echamos por tierra, sí, hoy quemamos lo que ayer hemos adorado. Esto no sólo nos acontece a ti y a mí sino que les sucede a todos los hombres. La meta de la Santidad de Todos los Días está sumamente elevada, nuestra inconstancia y debilidad son grandes, pero sin embargo yo sé un medio eficaz. Este medio se llama María.

Es la mano maternal de María la que te hará pasar seguro por encima de todos los abismos y escollos y la que no solamente te conducirá hasta el trono de la Santísima Trinidad, sino dentro de su corazón santísimo. El hacerse santo es posible. ¡Es posible realizarlo, yendo de la mano de la Madre celestial!
El que tiene a María como Madre, el que la ama filialmente, llegará al fin que le ha prefijado el eterno Dios, podrá extender sus manos hacia la Santidad de todos los Días y nunca perderá este alto ideal. Por eso otra vez: ¡Es posible!

Categoría: citas

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